... Eulogía a un gran Maestro ...
EULOGÍA
a un
gran Maestro
pronunciado por Josu De Solaun, su alumno,
en la Parroquia de San Antonio de Padua
en Catarroja, Valencia
el 7 de agosto de 2025
en el día del sagrado funeral
de
Don Salvador Chuliá
(1944 - 2025)
Tras el discurso,
se escuchó el segundo tiempo
de una sonata póstuma (D. 664)
de
Franz Schubert
... hoy nos despedimos de una gran persona, de un gran maestro.
Pero decir “maestro” es quedarse corto.
Salvador no era solo un maestro. Era un faro. Era una guía. Era una antorcha. Era un gran árbol ancestral, de esos que hunden sus raíces en lo más profundo, de esos que crecen despacio, que dan sombra sin pedir nada, y que están ahí, desde siempre, como si fueran parte del orden natural de las cosas.
Su enseñanza no era una simple transmisión de técnicas ni un recorrido por estilos.
Era una gran, larga e infinita melodía que no necesitaba adornos.
Una melodía que se desplegaba a través de los años, que envolvía sin imponerse, que transformaba sin hacer ruido.
Nos enseñaba cantando. Nos enseñaba escuchando. Nos enseñaba esperando.
Nos enseñaba mirando hondo, como si viera en nosotros una música que aún no sabíamos cantar.
Hablaba con inteligencia, con ironía, con ese humor fino que todos conocíamos y que tan bien desarmaba tensiones.
Pero jamás hablaba desde la vanidad. Jamás.
En sus palabras no había pose, ni ambición, ni importancia prestada,
solo la lucidez de quien conoce de verdad lo que ama y no necesita demostrarlo.
La que sí era inmensa, era su generosidad. Sí.
Una generosidad silenciosa, que estaba siempre ahí: ayudando, guiando, recomendando, sosteniendo.
Daba sin medida. Daba sin esperar nada. Daba y daba.
Daba porque sí.
Y al hacerlo, enseñaba algo aún más importante que la Música: enseñaba a ser humanos, a estar atentos a los demás, a cuidarlos.
Con Don Salvador no aprendimos solo a ser mejores músicos, sino mejores personas.
Aprendimos a cantar mejor, a escuchar mejor, y a escuchar no sólo con el oído.
Y al aprender a escuchar así, aprendimos también a estar presentes, a comprender también el valor del silencio, de la pausa, de lo que no se dice pero se transmite.
Eso que solo los grandes, grandes, grandes, grandes maestros saben enseñar sin siquiera pronunciarlo.
Hoy lo despedimos todos aquí con un dolor profundo, porque no se va solo un músico sabio, ni un maestro admirable.
Se va alguien que nos cambió la vida con su forma de ser y estar en el mundo.
Alguien que nos hizo mejores, pero sin decirnos que lo hacía.
Alguien que, sin alzarse, nos elevó.
Y sin embargo, su música no ha cesado.
Vive en nosotros.
En nuestras almas cuando cantamos con verdad.
En nuestros gestos cuando enseñamos con paciencia.
En nuestro oído, que él nos afinó.
Y en nuestra gratitud, que no cabe en palabras.
Gracias, Don Salvador.
Gracias por darnos tanto, sin pedir nada.
Gracias por enseñarnos lo esencial.
Gracias, sobre todo, por habernos querido.
Su ausencia es inmensa.
Pero su huella lo es aún más.
Y su melodía, esa que no necesita adornos y que él nos enseñó,
seguirá sonando en nosotros mientras vivamos…
Comentarios
Publicar un comentario