... in medias res ...

                          


     ... y hoy, de repente, "en mitad de las cosas", comienzo este cuaderno de bitácora... 


    No sé muy bien por qué lo hago, o al menos no del todo. No obstante, lo hago - y aquí estoy. Robert Schumann, uno de mis compositores favoritos de partituras - no digo de música, pues texto y música no son lo mismo -, fue el gran maestro, de entre los recientes, del in medias res, del lanzarse con valentía a la acción, al menos en la escritura, que no es poco. Es decir, muchas de sus obras escritas - de las sonoras no nos queda resto alguno - arrancan, alegóricamente, como quien se despierta alarmado, o como quien es arrojado sin casi darse cuenta a un remolino salvaje, sin posibilidad de deliberación previa. La acción frente al juicio - siempre como dicotomía poética, no filosófica, claro. Y no mero voluntarismo, sino una caída, una entrega al "hacer"... Basta citar los comienzos de su Fantasía, Op. 17 ; su Sonata Op. 22 ; su Kreisleriana, Op. 16 ; su Noveleta Op. 21 Nr. 8 ; o su Sonata Op. 14 . En esos inicios no hay nada preambular, ni oblicuo. No hay elipsis, introducciones, ni buenos modales retóricos. Simplemente se empieza... Hay quien dice que es porque Schumann era autodidacta y no sabía escribir bien, que era un provinciano. Puede ser, pero quizás no. Quienes así lo piensen, allá ellos, pero por lo general, cabe también pensar que un poeta hace casi siempre y muchas veces sin saberlo ni quererlo, de su defecto su mayor virtud. Recuerdo aquí, por ejemplo, eso que decía mi querido Cernuda: "...aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú...". 

    En fin. En tiempos difíciles, dicen que escribir ayuda. O al menos escribir un diario. La escritura como terapia, como consolación, dicen. Hablaré de eso en otras entradas, pues es cuestión farragosa que a muchos materialistas groseros les dará alergia... Pensar que hubo un tiempo en que yo, con desprecio soberbio me reía, como ellos, de los supuestos tramos sanadores de ciertas actividades humanas. ¡Qué ingenuo he sido! 

    La escritura, también, como cuaderno de bitácora, por hacer uso de la ancestral metáfora: mar como vida (también mar como música...). Y es que en un barco, para los no iniciados en la bellísima poética de lo náutico, la bitácora era un armario o cajón en la cubierta, muy cercano al timón, en el que se ponía la brújula. De ahí lo de cuaderno de bitácora: un cuaderno donde los navegantes en el mar de la vida se aclaran su camino, desarrollan sus bocetos, toman nota de recuerdos y en definitiva, relatan el desarrollo de su viaje, paso a paso, o a veces a saltos ...

    Y es que, a decir verdad, siempre fui más "de playa" que "de montaña". Pero no de esas playas rebosantes y pletóricas, llenas de carne y ruido, sino de esas playas desiertas de mi infancia, playas a lo Giorgio Chirico. Desde Rock Beach, en la misteriosa Cornualles, que visité de muy niño, con sus acantilados de eco y musgo; o Big Sur, en California, donde quisiera terminar mis días y donde aprendí a escuchar el silencio; hasta aquella isla griega o mi siempre amada playa de Almardá al atardecer, esa patria encantada de mi niñez. Es decir, no las playas de turismo y algarabía mediterránea, sino aquellas que encontré en El Contemplado (1946) de Salinas, en Marinero en Tierra (1924) de Alberti, o en la casa de Neruda en Valparaíso ("La Sebastiana", la llamaban), que tuve la suerte de visitar, hechizado, en mi primera juventud. O incluso las de la película Son de Mar (2001) de Bigas Luna, de tantas y profundas resonancias biográficas...

       Y es que al final, me doy cuenta de que siempre acabo diciendo playa y no mar (entiendo ahora a Alberti, o a Neruda, "marineros en tierra"...). Es la playa del Soliloquio del Farero de Cernuda, que de pequeño recitaba en secreto en mi habitación como oracular letanía, la que me acaba atañendo siempre...

    Incluso un buen día escribí un breve poema sobre todo esto: 


"No es

El mar.

Son

Las playas del mar,

La orilla

Del mar, la línea frágil 

Donde barco y zapato 

No pueden ya 

Confundirse.

Es

La playa

y no el mar,

Donde el hombre 

Inscribe sus preguntas 

Últimas,

Re-

Dondas."


    Y entonces, ¿qué encontrarás, querido lector, si es que existes, en estas líneas? Pues un auténtico carnaval de lo non-finito, de lo inacabado e imperfecto. El sudor poético de un viejo marino. No digo esto a modo de captatio benevolentiae, o en modo galeato, sino más bien con cierta resignación, aceptación y quietud. Si alguien pueda atribuir a todo esto un valor será precisamente por su imperfección o falta de acabado (sea un rasgo de estilo o resultado del azar); por sus roturas, grietas y costuras. Como en el Kintsukuroi  japonés, esa especial manera de arreglar fracturas de cerámica con polvo de oro, como parte de entender que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de algo y que deben mostrarse en lugar de ocultarse; deben incorporarse y además, hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. Y nunca por una suerte de solipsismo narcisista - lo auto-referencial acaba siempre en el tedio - sino como enigmático testimonio de nuestro paso por aquí...

    

    Y entonces, hasta aquí, dejo un poema de Wallace Stevens, sobre ese cierto "viejo marino"...


[Desilusión a las diez]

 

Los camisones blancos

Hechizaron las casas.

Ninguno es verde,

O púrpura con círculos verdosos,

O verdoso con círculos dorados,

O dorado con círculos azules,

Ninguno de ellos es extraño,

Con medias de puntilla

Y cintos con adornos.

No soñará la gente

Con siemprevivas y mandriles.

Tan sólo, a veces, un viejo marino,

Dormido con las botas, y borracho,

Caza tigres

En rojo clima.

 

[Traducción del inglés de Andrés Sánchez Robayna en "Wallace Stevens. De la simple existencia. Antología poética" Galaxia Gutemberg. Barcelona 2003]



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