... autor invitado: CANTO A LA POESÍA: EL ENIGMA INFINITO de Vicente Chuliá ...

    Me encanta que este blog no sea únicamente un espacio para mi voz, sino también un lugar donde otras miradas, otras sensibilidades y otros pensamientos puedan resonar. Por eso, me hace especial ilusión compartir hoy un texto de Vicente Chuliá, a quien agradezco profundamente su generosidad.


    Invito a quienes lo deseen a hacer lo mismo: si sientes que tienes algo que decir, algo que escribir, algo que compartir, este blog está abierto a recibirlo. Escríbeme, atrévete, y hagamos que este espacio siga creciendo como un coro plural.




CANTO A LA POESÍA:

EL ENIGMA INFINITO 

[texto del libreto interior del disco HAYDN PIANO SONATAS de Josu de Solaun para el sello IBS Classical]

por 

Vicente Chuliá 






    Finitud e infinitud; unidad y diversidad; continuidad y discontinuidad; desesperación y esperanza; temporalidad y eternidad; conexión y desconexión; relación e independencia; muerte y resurrección; sufrimiento y consuelo; humano y divino… Podríamos seguir en esta inagotable serie de pares aparantemente contrarios que, en realidad, están unidos indisolublemente por un tercer componente que ofrece la posibilidad de conjugarlos. 

    ¿Dónde residiría este tercer componente común a todos los contrarios, con tal poder de conjunción milagrosa que nos permite ver en la muerte la vida o en la desesperación la esperanza? 

    ¿Podría ser en la Teología? Difícilmente. Teologías hay muchas y el logos de Dios nos obliga a una nueva dicotomía: lo apofático, que se cierra a la experiencia personal sin ánimo de una explicación más que la negativa; y lo catafático, que constituye dogmas racionales que de alguna manera flotan a partir del sueño axiomático de agarrar lo inabarcable. 

    ¿Podría ser, entonces, en la FilosofíaProblemáticamente. Filosofías hay muchas y viven de la confrontación. Tratan de marcar la realidad en un mapa que se ordena desde conceptos a ideas –materialismo–, o desde ideas no materiales hasta conceptos mundanos –idealismo–, y con ello, aún desde ontologías pluralistas, no mundanistas o groseras, el límite nos lo ofrece la propia dialéctica de base, a saber, aclarar frente al otro, clasificar para distinguir, separar para juntar…, es decir, en el mejor de los casos, estudiar la disociación de lo inseparable (necesario para el gran arte de filosofar). Esta disociación se parece, mas bien, al desollar del taxidermista o al extirpar órganos en un cadáver del forense. 

    No, este tercer componente proviene de otro lado que ha convivido entre la Teología, la prosa de la vida y la Filosofía: la PoesíaLa Poesía no se reduce al poema de palabras, ya que poien es «crear» o «hacer»; poiema«lo creado» o «lo hecho»; y poesía, el «decir» de lo hecho. 

    Aclaremos que cuando aquí apelamos al «decir» no estamos reduciendo la cuestión a lo expresivo del lenguaje (aunque también nos parecería grosero excluirlo). Expresivo proviene de «exprimir» y,en este sentido, todo lo que subyace de lo poético tiene en sus partes lo que «exprime» nuestras vivencias; pero al igual que el jugo de una naranja no se confunde con el acto de exprimirla, lo poético, aún incluyendo una fuerte dimensión expresiva, no puede definirse por lo expresivo. Lo poético acaso podríamos definirlo por aquello que, conteniendo las presencias subjetivas y objetivas que conforman la obra (estas presencias incluyen fuertes conexiones alotéticasallos: otra cosa– con todas las partes de nuestro mundo entorno), supone al mismo tiempo una unidad complexionada que excluye toda crítica, toda opinión, toda disección, toda comparación y toda analogía. 

    Por lo tanto, en el mundo del arte poético existen dos momentos conjugados y mezclados, a saber, como primer momento, lo alotético, que contiene signos, sonidos, cuerpos, colores, acciones, técnicas, ciencias, vivencias, fines, deseos, voluntades, sufrimientos, necesidades, conocimientos, política, historia, etc., diluidos todos ellos en una mezcla admirable y extraña, difícil de explicar (las explicaciones siempre tienden a reducir); y como segundo momento, el poético, donde la obra como Unidad que acaba siendo representada (esto, como veremos, es el resultado del segundo momento), contiene infinitas alegorías que nos llevan a un mundo que, sin desconectarse de la vida, tiene sus propias enigmáticas leyes de ensamblaje a través de las cuales se involucran los contenidos significados con las expresiones significantes. 

    Estos fenómenos que han acompañado siempre al hombre desde que éste existe y es consciente de lo infinito, podemos afirmar que es lo específico del arte; pero más nos interesa penetrar aquí en la poética musical desde estos postulados expuestos, y para ello, debemos recalcar que es siempre un material estético lo que une lo alotético y lo poético en un todo que, aun sonando a paradoja, no tiene límites, ya que la propia poética desdibuja las fronteras de dicho material. 

    Así, este material que intercala lo alotético y lo poético en la infinita idea de Música, es otra idea infinita: el melos; lo común a toda poética musical y que desborda las particularidades históricas (tal vez, el gran Schenker pretendía llegar a establecer las leyes del melos a través del análisis de los tres niveles y del cierre tonal, si bien el problema reside en que estos análisis, aun en el mejor de los casos que el propio Schenker practicó, se mueven en el ámbito de una alegoría basada en el organismo viviente del sonido, codificado como alegoría de las leyes de la conducción de las voces por medio de ideas ontogenéticas musicales –mezcla entre Derecho y Biología–; pero esto pertenece al lugar entre el melos y la poética del propio Schenker que, sin embargo, en manos de otros, más que transformar, se convierte en una fórmula cerrada resultado de una impostura). 

    ¿Podríamos, pues, decir algo positivo acerca del melos? Rotundamente no desde un estadio filosófico, ya que esta idea es lo que nos traba a la poética y, por tanto, queda siempre (afortunadamente) impregnada de nosotros mismos. Ahora bien, sí podemos hablar de manera filosófica (y de hecho hemos dedicado una Tesis Doctoral a ello) del «espacio melológico como materia estética», teniendo en cuenta que, cuando cada una de sus figuras se impregnan de la forma de mirar de cada artista y receptor (que en el fondo es el principal artista), éste deja de ser un espacio para constituir el propio melos que conforma la poética musical. 


    Dicho todo esto, queridos oyentes, lo que ustedes lean acerca de Joseph Haydn o de Josu De Solaun estará impregnado de quien suscribe y del amor que les profeso, y sin ello, mi propia forma de pensar me impediría hablar sobre cuestiones artístico-musicales a día de hoy. 

    ¡Haydn!... sólo escribirlo me llena de recuerdos. Mi infancia repleta de música está envuelta de Haydn, mezclado con la poética de mi padre, de mis hermanos o del gran Maurice André. ¿Qué puede decirse de una música así? 

    Hablar de los enigmas es imposible, y esta imposibilidad proviene del plano poético situado entre lo que podríamos denominar el plano sinectivo y actualista de las inconmensurabilidades vivenciales de los seres humanos y el plano representacional o sustancial de las obras codificadas en símbolos y signos. 

    El plano sinectivo se refiere a la conexión con cosas diferentes, es decir, las conexiones alotéticas con cosas tan heterogéneas, múltiples e inconmensurables que se configuran en obras resultantes de materias estéticas determinadas (melos, pigmentos sobre superficies, infraestructuras tecnológicas…), donde obtenemos una sustantividad artística que reside en dicha representación sustancial. 

    Ahora bien, esta sustantividad que está liberada de todo finis operis, está hecha a través de normas y ejercicios constituidos por medio de finis operantis concretos que pueden reducirse a habilidades determinadas que, al no servir para nada concreto, sólo podrían entenderse como algo mágico, fetichista o con fines sobrevenidos de esferas culturales o sociológicas. 

    En cambio, nuestras profundas convicciones van en otra dirección, basada en el plano intermedio que intercala el plano sinectivo con el plano representacional, a saber, el plano del mirar poético. Este «mirar» es algo trascendental que consigue unir aparentes contrarios o, al menos, si no unirlos, trabarlos en una complexión que desde un cierre fenoménico nos transmita una apertura infinita y constante. Si algo podemos decir (que podemos) de esta trascendentalidad de la poética, es lo que denominaremos «symploké de gestualidades alegóricas». La palabra «gesto» está relacionada con gestare, es decir, «gestar», referido a «traer algo». Y ¿qué es la materia poética que trae una representación sustantiva artística de una obra formalizada en una materia estética determinada por categorías históricas? La respuesta la encontramos en el gran libro de Jean D’Udine "El arte y el gesto": 

    «Lo que sintetiza directamente toda la personalidad del artista; una química estética que si fuera posible (o dicho de otro modo: si la belleza fuese un fenómeno objetivo susceptible de análisis) podría definir el arte de cada poeta (en este caso, musical) por una fórmula única, puramente cualitativa, independiente de toda morfología, y, lo mismo la encontraríamos en la primera melodía escapada de su pluma adolescente y formada en los moldes de un antecesor, como en las mas hermosas páginas de su madurez». 


    Esta «identidad sintética» del poeta y su propio cierre (esto nos recuerda, análogamente, a la gran obra maestra "Teoría del cierre categorial" de Gustavo Bueno, donde el filósofo español nos hace ver la trascendentalidad de la ciencia a partir de la inconmensurabilidad de las verdades científicas: de la Química respecto de las Matemáticas, o de la Termodinámica respecto de la Geometría, entre muchas otras) debe acoplarse a otras «identidades sintéticas», a saber, la de otros poetas que la «interpretan», pero también a la visión poética de los que la oyen y la conforman respecto a sus inconmensurabilidades sinectivas. Esto forma una cadena tan enigmática y sublime que sólo el hecho de pensar en ella hace que salten mis lágrimas y se remuevan mis emociones.


     ¿Qué puede aportarles a ustedes, poetas receptores que oigan el disco, oír a Joseph Haydn y a Josu de Solaun? Pues el hecho de mezclar sus vidas con esta mezcla de dos identidades artístico-musicales: la fuerza intensiva, «orquestalidad pianística», literaria conexión de elementos melológicos y escrutación de lo que no suena del poeta De Solaun; con la magnitud dramático-juvenil combinada con la sabiduría de despliegue orgánico-cósmico del inigualable poeta Haydn. 


    Sólo falta un elemento indispensable: ustedes, poetas que lo escuchen y lo totalicen. Para ello, en efecto, deberán tener esta condición de poetas y vibrar en sus sinexiones vitales. A ustedes, queridos oyentes, les dedico, por tanto, estas eternas palabras del libro ya mencionado de D’Udine: 


    "Ve por tu camino, hermano mío, sin escuchar a quienes no conocen el incomparable secreto que buscas. Ama el espíritu que alumbra nuestra ruta terrestre. Ama el saber, que semejante a la brújula guía al viajero por el bosque. Pero la antorcha y la brújula no son el bosque, y es precisamente el encanto del bosque el que debe penetrarte, exaltarte, divinizarte. Tus propios sentidos y tu propio corazón son quienes te lo harán comprender. ¡Mira!, los pájaros cantan; las ramas se balancean desde la aurora hasta el ocaso, bañadas por los rayos plateados de la mañana, los de oro del mediodía y los purpúreos de la tarde; en los zarzalesse ocultan reptiles; alas de fuego rasgan la penumbra. ¡Escucha! Las ojas murmuan lánguidamente bajo la caricia de la brisa, las aves callan, todos los alientos de la noche se unen bajo el ramaje. ¡Escucha cómo gime la tempestad, cómo ruge el trueno lejano, y cómo las aves nocturnas lanzan gritos tan temerosos como sus tristes plumajes! Respira todos estos perfumes: el olor de las resinas, las embriagadoras oleadas de los cálidos mirtos, el delicioso aroma de los lirios y de los jazmines abiertos, y los relentes de las hojas secas, y los miasmas de las marismas. Acaricia el tercipelo del musgo, la finura de las hojas nuevas, el tronco rugoso de los pinos. ¡Pínchate con las espinas de las rosas! ¡Encuentra en el claro del bosque a la doncella desfallecida que resume todos los aromas, todas las armonías, todos los matices del mundo! ¡Vive, ama, sufre, espera, muévete, caza, ataca, grita, canta, acaricia!... ¡Cultiva, perfecciona, elabora todos tus ritmos! ¡¡Y así te verás vivir!! […] Al volverte más humano hazte mejor humano, a la vez más fuerte y más bueno, más sencillo y más comprensivo de cuanto te rodea. Y tu arte, fundado así en mayor energía, en más amor e indulgencia, será vigoroso, piadoso y bueno. Tal es el secreto de los maestros. ¡Vibrar, vibrar siempre!"


¡Vibren, vibren ustedes con Haydn y con De Solaun!


Vicente Chuliá Ramiro

Músico. 

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