... sobre el rótulo "música contemporánea" ...




    Aquí mi humilde traducción-paráfrasis (con peqeñas notas) de un texto increíble de uno de mis ídolos, el genial compositor estadounidense George Rochberg (1918 - 2005):



    "En mi humilde opinión, el rótulo “música contemporánea” (o “música de vanguardia”) lleva siempre implícita la imagen de la "flecha irreversible del tiempo" de Zenón de Elea (su famosa paradoja de la flecha). Es decir, se suele suponer que la vanguardia/contemporaneidad o bien se sitúa en la punta de esa flecha, penetrando en el siguiente momento de desarrollo del tiempo, o tal vez incluso ocupe toda la punta de la flecha, con sus afilados bordes cortantes terminando en la punta que desgarrará el tejido del futuro. 


    Sin embargo, enseguida nos enfrentamos aquí a dos paradojas irreconciliables: en primer lugar, el astil de la flecha, aunque impulsa la punta de la flecha hacia el futuro, está todavía en el pasado y siempre permanecerá en un pasado relativo a la posición de la punta de la flecha ; y en segundo lugar, la punta de la flecha nunca puede, si Zenón tiene razón, alcanzar el futuro hacia el que presumiblemente viaja y por lo tanto debe permanecer en un presente aparentemente inmóvil, siempre en tránsito, nunca capaz de alcanzar el futuro que anhela. 


    Así pues, todo movimiento artístico que se declare en la “cresta de la ola” del futuro, que se declare “nuevo”,  “actual”, “moderno”, es, al menos filosóficamente, una ilusión, una falacia, porque el futuro está siempre fuera de nuestro alcance; ni se puede alcanzar nunca, salvo como un nuevo "presente". Todo movimiento "nuevo" en las artes (o en la cultura en general) está ligado a su historia y al pasado, por mucho que sus iniciadores y partidarios quieran renunciar a ello; en mucha de la “vanguardia” musical actual, que desea activamente poder liberarse de todos y cada uno de los vínculos con la historia, la memoria o las asociaciones culturales del pasado, podemos ver el fenómeno peculiarmente triste y típico de los siglos XX y XXI: un espíritu humano desafecto que intenta desesperadamente disociarse de sí mismo y de sus propias grandes obras


    Cualquiera que sea la parte de la flecha del tiempo en la que viajemos - astil o punta- estamos siempre en alguna relación con la otras partes, y la conciencia de una posición afecta a nuestra conciencia de la otra parte. Llevamos el pasado con nosotros dondequiera que vayamos, y sólo un cierto dogmatismo de tipo político (que con frecuencia es la lente a través de la cual la fetichización del presente se exagera hasta proporciones descomunales, excluyendo automáticamente cualquier atisbo del pasado) hace posible - ahora como en el pasado - afirmar que sólo ese presente es preeminente y válido, sólo ese presente tiene realidad para quienes viven en él, y que todos los demás "presentes" pasados han dejado de existir o de tener sentido. 

    No hay mayor dogmatismo que esa extraña mezcla de sofisticación y arrogancia que niega el pasado, ni mayor peligro para el espíritu humano que proclamar el valor sólo de su estrecha porción de contemporaneidad. La observación del Rey Salomón: "No hay nada nuevo bajo el sol" [Eclesiastés (Capítulo 1, versículo 9)] tiene implicaciones  descorazonadoras solamente para quienes creen que sólo cambiando constantemente, sólo progresando hacia lo "nuevo", puede la cultura humana salvarse de una supuesta atrofia y estancamiento.

    Quizás pudiera ser, no lo sé, que la noción de "progreso" y de lo "nuevo" expresada culturalmente en nuestro tiempo no es más que el viejo instinto cazador del hombre que, para sobrevivir físicamente, se veía obligado a seguir a la caza allá donde fuera. Ese instinto inquieto y primitivo del cazador sigue vivo en la búsqueda de "la verdad" por parte de las ciencias y en la búsqueda de "lo nuevo" por parte de la “vanguardia” artística. La vanguardia es pues, muchas veces, la víctima desventurada de una espiral de cambio cada vez más rápida y endémica de nuestra sociedad en general, sin aliento en su prisa por mantener la ilusión de que sólo lo nuevo puede liberar energía y vitalidad humanas frescas, sólo lo nuevo puede vivificar la existencia. 

    Por su propia definición, la "vanguardia" debe ceder constantemente ante la presión de la siguiente ola que genera. Nada puede crecer; nada puede mantenerse. Todo lo "nuevo" debe dejar paso a todo lo "más nuevo". Así, nuestra cultura avanza tan rápido que ningún estilo artístico puede disfrutar del lujo tradicional de un desarrollo lento o incluso doloroso desde su embrión hasta su plena maduración; ningún estilo artístico se desarrolla ahora ni siquiera durante una generación completa. En nuestra época hemos asistido a un ritmo vertiginoso de cambios en la moda estilística cada diez años, cada cinco años, cada año, cada seis meses. De seguir así, es posible que una sola obra sea motivo suficiente para declarar un estilo acabado, agotado. 

    La vanguardia/contemporaneidad se orienta así hacia una especie de donjuanismo, una forma de sensacionalismo, que no permite ninguna lealtad, ningún apego, ninguna afiliación más allá del momento; sólo existe la pasión de poseer brevemente. El cambio por sí mismo se ha convertido en una virtud en sí misma; estilísticamente hablando, uno debe plantar su bandera y seguir adelante, de lo contrario se quedará atrás en la loca carrera hacia ninguna parte. 

    Pero todos sabemos, en verdad, que la imagen de Don Juan siempre está ensombrecida por el espectro del Comendador. Por muchos momentos dulces de conquista que haya, por muchas Doña Anas y Doña Elviras, al final llega el convidado de piedra para la cena. Aunque la mentalidad vanguardista prefiera hacerlas a un lado, hacer creer que en realidad no están ahí, las acciones humanas siempre tienen consecuencias. Incluso en los juegos se gana o se pierde. El destino de Don Juan es leyenda. 

    Y eso por todo esto que el arte de nuestro tiempo tiene muchas veces un sentimiento de angustia y crisis, por muy lúdico y abstracto y ostensiblemente neutral moralmente que pueda parecer. Puede decirse que el hombre occidental ha estado sometido a una anestesia masiva, una racionalización burocrática, al menos desde la Revolución Industrial [o la Francesa]. El arte puede ser entonces, si tenemos suerte, una momentánea intrusión trascendente en un mundo repleto de partes, de instrumentos, técnicas, tecnologías e instituciones que quieren modificar, organizar y educar a la humanidad, la mayoría de ellos basados en el poder, y todos ellos benignamente convencidos de su propia eficacia para la mejora del hombre. 

    Y ahora nos encontramos desconcertados ante nuestro propio destino, incapaces de evitar el desastre, sin medios para humanizarnos, un desconcierto que hemos provocado con nuestra creencia en la Razón, peculiarmente desequilibrada y apasionada, con nuestra insistencia en la búsqueda de la verdad científica, con nuestra codiciosa aceptación de la tecnología mortífera que la ciencia nos ha otorgado a partir de nociones equivocadas de su propia eficacia. Porque el hecho esencial e ineludible de nuestros días es el dominio de las ciencia y su penetración y aplicaciones a la cultura humana en todas las esferas de la existencia. Parece que, salvo raras excepciones, el modelo básico del arte contemporáneo es básicamente la metodología racional de las ciencias, un modelo que se toma prácticamente al pie de la letra, sin cuestionar sus premisas ni sus consecuencias. El paralelismo entre el arte contemporáneo y las ciencias modernas es demasiado obvio para pasarlo por alto y el "espíritu de exactitud", el espíritu “exploratorio”, “experimental”, el "sentido de la 'investigación' y los 'problemas'" que caracteriza al arte contemporáneo está más cerca del espíritu de las ciencias que del arte en el sentido antiguo [perenne]. Dando un paso más, el arte de vanguardia actual no sólo está más cerca del espíritu de las ciencias que del espíritu del arte a la antigua usanza, sino que, de hecho, deriva del espíritu de las ciencias, se alimenta de él y depende de él. 


    La vinculación del arte con las ciencias ha subordinado la facultad de fantasía del hombre a su razón, y donde antes lo que el gran poeta William Blake llamaba "la imaginación poética" ejercía un dominio autónomo, ahora la inteligencia racional (por oposición a una inteligencia imaginativa, poética) se ha convertido en el señor supremo. Al igual que la supervivencia física del hombre se ha visto gravemente amenazada por la ciencia y sus extensiones tecnológicas, la supervivencia del arte como auténtico valor de la vida humana se ve amenazada por la aceptación de una mentalidad científica como paradigma del comportamiento artístico


    Pero todos sabemos, en verdad, que la precisión y la exactitud no son las características principales del “alma humana”. Y además, la conocida afirmación de las vanguardias de que han traspasado los antiguos límites que supuestamente atan la mente y el espíritu del hombre (límites que vinculan el arte y la cultura a la historia, la memoria, las correspondencias, las asociaciones, la identidad, la estructura, el orden, los juicios de valor - incluidos los morales); su pretensión de haber abierto a la exploración zonas inexploradas e infinitamente expansivas de nuevas sensaciones y cualidades, de haber descubierto, inventado, o ambas cosas, nuevas relaciones y formas viables: estos supuestos rara vez se cuestionan ya hoy; si se cuestionan, suele ser por parte de humanistas que no hacen más que afirmar sus propias objeciones personales, sin llevar el debate a ninguna parte. Si se cuestionan, corre uno el peligro de la muerta social: que le llamen fascista, reaccionario, casposo, etc. [gentileza de Adorno]


    Yo creo que una pista directa de una de las razones básicas del fracaso esencial de gran parte de la nueva música de los últimos años a la hora de comunicarse directamente, con inmediatez, incluso con los oyentes más comprensivos, es su pesada y dogmática  insistencia en la supresión del pulso, su evitación consciente de la periodicidad, de lo recursivo, en todos los niveles de estructura y movimiento; también su evitación del tono como paradigma representacional frente a la abstracción anantrópica del ruido y del ruidismo (música concreta, música concreta instrumental, etc), y su consiguiente incapacidad para perpetuarse como una entidad estructural orgánica, creciente e identificable. Todos estos tácitos pero insistentes requerimientos van  a contracorriente de las capacidades perceptivas del hombre. No es música para el hombre. Si acaso, es una música puramente gremial. Música para músicos, o para miembros de asociaciones de compositores de “música contemporánea”. Por eso, cualquier música que, como mucha de nuestra música contemporánea, frustre conscientemente la orientación a objetivos (un cierto telos), que niegue la claridad de la estructura, que suprima todas las periodicidades perceptibles, que carezca de características autoperpetuantes, que dé la espalda a la identidad como característica esencial de su diseño, pagará en última instancia el precio en términos de fracaso perceptivo y autoextinción cultural. Jugar con la entropía en el arte es jugar con un fuego que se consume a sí mismo. 


    Mucha de la música de nuestro tiempo, caracterizada acústicamente por bandas generalizadas o conglomeraciones de sonidos que bordean el espectro del ruido, carece de la especificidad de la relación de tono que el “alma humana” (hoy diríase sistema nervioso humano) requiere evidentemente para la comprensión directa. Una dependencia total de tales agregados o constelaciones, como a veces se les llama, debe al final cortocircuitar o anestesiar el sistema nervioso central. Los sonidos que abandonan la claridad a través de este proceso de generalización avanzan hacia la no identidad; las relaciones entre tales sonidos degeneran rápidamente en mera sucesión, un accidente del tiempo por así decirlo. Cuando el sistema nervioso humano se enfrenta a una música caracterizada principalmente por el desorden perceptivo, la falta de identidad y la evitación de la periodicidad, pierde interés, se vuelve indiferente y acaba rechazando aquello con lo que no puede relacionarse, y es comprensible.


    Si tuviéramos que hipotetizar una "nueva" música artística, que aún no existe o puede que nunca exista, pero que sin embargo sería Música y, por tanto, estaría relacionada con las músicas históricas, creo que tendríamos que proceder de acuerdo con las siguientes líneas a la hora de proyectar una teoría de su estructura: 


(1) Requeriría funciones paralelas/seriales, es decir, relaciones de conjunto que se movieran a lo largo de una línea de continuidad melódica coherente


(2) Requeriría funciones de memoria en términos de repetición, variación y recuerdo autoperpetuados que saturarían literalmente la estructura paralela/serial para producir relaciones coherentes de consistencia orgánica, creando así niveles de identidad directamente perceptibles y comprensibles


(3) Requeriría relaciones lógicas que estarían dirigidas a un objetivo y producirían una dirección de acuerdo con la teleología inherente del sistema nervioso central 


    Parece que he descrito un sistema modal o diatónico, pero es que lo modal y diatónico (con sus multiples, infinitas posibilidades de ampliación cromática y mixturas sin límites), como quiera que se defina e independientemente del número de "estilos" diferentes en que haya evolucionado, es algo cuyas características básicas son rastreables hasta lo que [el matemático] Von Neumann llamaba el Lenguaje Alfa del sistema nervioso central. Me parece totalmente razonable sugerir que las fuentes de la estructura musical coherente se encuentran en lo más profundo del cuerpo humano, en el sistema nervioso central, y que, al igual que los intérpretes actúan con su cuerpo y los oyentes escuchan con su cuerpo, los compositores debieran componer con su cuerpo


    Yo creo que la falta de reconocimiento de estas observaciones básicas por parte de la vanguardia musical actual explica por qué han preferido tratar el sonido como sonido en lugar del sonido como medio físico de la música. La trivialización de la música en meras estructuras sonoras ininteligibles constituye la esencia de la mentalidad de la vanguardia musical y presagia, en mi opinión, su desaparición definitiva. 



    Lo único "nuevo" de lo que merece la pena hablar, y que el arte hace posible, es la infusión de la visión privada en la corriente de la conciencia pública. Las cosmologías privadas de un Beethoven y un Ives o de un Ligeti, o de un Palestrina, en mi opinión, valen más que toda la nueva tecnología, todos los nuevos dispositivos, todos los nuevos materiales generados en nuestro tiempo, juntos. Son la savia del mundo y de la sociedad de los hombres. Sin esas infusiones periódicas, el mundo del arte - y el mundo mismo - se vuelve anémico y apático. Cada nueva infusión es un recordatorio de la posibilidad siempre presente de la naturaleza trascendente de la experiencia, de la profunda conexión con el lenguaje alfa de la psique humana y el sistema nervioso central que es su base. El conocimiento racional unido a la experiencia sensorial de lo trascendente es el único alimento adecuado para la educación del “espíritu humano”. Un sentido profundo de la capacidad del hombre para la fantasía y para representar dicha fantasía a través del arte es uno de los mejores campos de entrenamiento para aquellos que ansían llegar tan cerca de las fuentes de la vida como lo permita el sistema nervioso central humano. 

    

    Mientras vivimos aquí necesitamos saber, en nuestra propia carne, qué es lo que somos. Todas las demás formas de conocimiento racional que se desvían o niegan la naturaleza trascendente de la visión privada, que anestesian la fantasía y el arte, el mito y el símbolo, aunque sin duda necesarias para ciertas transacciones en el lado rutinario, mundano y material de las cosas, necesitan reajustarse a la naturaleza y los requisitos de la existencia humana. Hay que encontrar un nuevo equilibrio. No es el mundo lo que hay que rehacer, sino nosotros mismos. Para rehacernos a nosotros mismos, sería bueno recordar que durante incontables milenios, antes de la era de las ciencias modernas, el hombre sobrevivió sin ellas tal como las conocemos. Además de las ciencias, teníamos una profunda relación con el cosmos, por fantástica o supersticiosa que pudiera parecer desde nuestro punto de vista actual. Sobrevivió no gracias al conocimiento racional o a las ciencias y las tecnologías, sino a la cosmología que poblaba su imaginación de mitos y símbolos, poesía y metáforas, imágenes, historias y canciones. Ritualizó su existencia, propició a los “dioses”, se rodeó de “magia”. Desarrolló las artes del lenguaje, la música, la danza, la pintura, la escultura. Aprendió los ritmos de su mundo y se adaptó a ellos. Sobrevivió. . . . ¿Y nosotros? ¿Qué posibilidades tenemos? ¿Podremos sobrevivir a nuestra locura racional, a nuestra ciencia y tecnología, a nuestra obsesión por el progreso y el cambio, a nuestras vanguardias, a nuestras pasiones aberrantes por las nuevas sensaciones, a nuestra negativa a aceptar los límites de nuestro propio ser? Las mismas actitudes mentales y espirituales que nos han llevado a esta situación no nos sacarán de ella


    Debemos reconectarnos con ese lenguaje alfa del sistema nervioso central, que es a su vez, creo yo, un derivado secundario del lenguaje alfa del cosmos, y hacer que ambos vuelvan a corresponderse, a conectarse y relacionarse directamente entre sí. 


    En realidad, la lección de la vanguardia debería ser, si la leemos correctamente (y yo así lo he aprendido en mis incursiones en ella), el mostrarnos de forma concreta lo lejos que estamos ahora de cualquier contacto real con nosotros mismos o con el cosmos, lo lejos que nos hemos alejado de casa, y que es hora de intentar volver, no a un pasado histórico, por Dios (eso es imposible), sino a la conciencia de las misteriosas criaturas que somos: un "lenguaje poético secundario, vivo y orgánico del lenguaje alfa del cosmos."





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