... sobre mi disco de Sonatas de Haydn ...

                                  

    Antes de empezar con cualquier otro tema y sobre todo para pasar a cosas un poco más interesantes, me dirigiré sin tapujos al proverbial elefante en la habitación. Sí: ese que aparece de repente cuando uno decide tocar, utilizando el “piano moderno”, cualquier “repertorio” escrito antes del siglo XIX. Es decir, contestaré a la pregunta canónica que seguro se me hará, tácita o explícitamente, tarde o temprano. Una perteneciente, por cierto, al mismo género de preguntas del tipo ¿Tu música, es tonal? (insertar bostezo). Para ponernos ya desde el principio Haydnianamente cómicos, llamémosla la pregunta ubicante ubicadora (“ubiquemos” al “intérprete”). La pregunta musicotilla, o al menos, morbosaMorbosoide, o al menos, musicológicamente amarillistasacadora de músculo de erudición. La pregunta reductoraobjetivadoraabstractizante. La “pregunta sin canto”, se podría llamar. Y es la siguiente (insertar redoble de tambor):

    ¿Josu, es esto un disco grabado con criterios historicistas - o lo que hoy se da en llamar “ejecución históricamente informada”?

    Contesto, adelantando la conclusión en las premisas, procediendo por tanto de modo, digamos, jocosamente dogmático: la respuesta es un NO rotundo.

    Pero entonces,

    ¿Josu, es esto un disco grabado CONTRA criterios historicistas - o CONTRA lo que hoy se da en llamar “ejecución históricamente informada”?

    La respuesta vuelve a ser un NO.

    Y, ¿por qué? Sencillamente, porque no es este un disco dialéctico, contra alguien, sino devocional, votivo: un himno, o mejor, una carta de amor sonora al gran Haydn, a lo que representa para mí en la música y en la vida, y a lo que representa el mezclarme con él, en él, en sus partituras, con ellas. De ahí una de las razones del título del disco, mixis, mezcla. Al fin y al cabo, las partituras de Haydn son, en palabras de Benet Casablancas, la más sublime muestra de la mixtura en las artes, de un verdadero “mestizaje cultural” hecho música. En ellas, hay, literalmente, “de todo”.

    No es, por tanto, la pretensión de este disco el erigirse como una determinada “versión”, ni una “lectura” - lo que hoy llaman una “cover”. Eso supondría ademas ser susceptible de ser comparado con otros “discos-de Sonatas-de-Haydn” para llenar las tardes de cierto tipo de “coleccionistas de agudos”. Y no, porque además, cada supuesta “versión”, “hipóstasis”, es en realidad una nueva obra de arte en sí misma, sea meritoria o no - esa es otra cuestión. Por tanto, este disco no pretende ser y no es un “análogo sonoro isomorfo” de las partituras de Haydn de las mencionadas sonatas. Definitivamente no.

    No es tampoco este disco el “último grito” en Haydn, ni algo que abra “nuevos caminos interpretativos”, ni algo que pretenda descubrir el Mediterráneo musical, ni presentar un “Haydn” purificado de “incrustaciones” ideológicas, “prejuicios estilísticos”, o del tan temido hoy “fantasma” de la “subjetividad”: un Haydn pétreo, objetivo, granítico, científico. No. Tampoco un Haydn históricamente “auténtico” - hubo un tiempo en que la etiqueta de auténtico vendía discos igual que la etiqueta de ecológico vende tomates hoy. Ni tampoco he pretendido “finalmente revelar” el “significado último” de eso que llaman “estilo vienés”, un rótulo de una equivocidad mareante - además, intentar preservar un “estilo” es una actividad tan resbaladiza como atrapar el agua con las manos.

    En esencia, no se basa este disco en una visión ramplonamente literalista, positivista y/o histórica del papel de la notación, sin perjuicio de no tener absolutamente nada en contra del noble oficio del historiador o del filólogo ecdótico. Ni tampoco se basa en una posición que acepte un papel subordinado para el llamado “intérprete” frente a la "obra" y a la “intención compositiva”, o que acepte que la "obra" existe como un ideal abstracto que haya que “defender”. No. Además, simplemente y sencillamente, yo no soy un historiador, ni un filólogo, ni un musicólogo. Esto que vaya por delante. Para mí, la música del pasado pertenece al presente, ante todo, como Música, no como una fuente documental.

    Por todo esto creo que en sus redes taxonómicas muchos lo llamarán, al disco, quizás “romántico”, o quizás, “posmoderno”, quién sabe. Hoy en día, llamar romántico a un músico es prácticamente un insulto, una palabra sucia. Sin embargo, en lo que a mí respecta, bienvenida sea.

    Acabado este preámbulo galeato o sutil captatio benevolentiae, contaré que en 1992, ofrecí, a la edad de diez años, mi primer recital público en el precioso monasterio de Santa María del Puig, fundado nada menos que en 1240 cerca de Valencia y donde mis padres se habían casado en 1980. Era difícil saber entonces que tan sólo siete años después marcharía a vivir y estudiar a Nueva York y que Haydn me acompañaría en aquel difícil viaje como una frágil pero permanente conexión con mi infancia... Y es que en ese recital de 1992, la partitura principal de la velada era una Sonata de Haydn, una de las que incluyo en este disco: la Sonata en Re Mayor Hob. XVI/14, tan llena de ternura y de serena luminosidad bucólico-pastoril: un idilio interior de sencilla pero sublime grandeza. Y así empezó el hilo rojo que es Haydn en mi vida, una especie de locus amoenus donde tantas veces hallé y sigo hallando consuelo, consolación y cobijo. En mi infancia, todo el mundo amaba a Mozart y Beethoven. Haydn, era el patito feo. Yo siempre me sentí un patito feo y quizás también por eso, lo amara desde el principio...

    De pequeño, ya muy pronto me enamoré de él. Haydn se convirtió en uno de mis compositores favoritos de partituras - no digo de música, pues texto y música no son lo mismo. El primer disco compacto que tuve entre mis manos, a los ocho años, fue un regalo del filósofo español Guillermo Quintás [traductor al español de mucho Descartes] y de su mujer Margarita, grandes amigos de la familia: nada menos que un disco de Sonatas de Haydn grabado por Alfred Brendel en Londres en 1979, pero que Philips Classics remasterizó y volvió a lanzar al mercado, esta vez en CD, en 1990. Incluía dos sonatas, la Hob. XVI/49 y la Hob. XVI/20, que también incluyo en este disco. Todavía recuerdo la magia velada de las primeras notas de esa sonata en do menor: una confesión trágica, tan llena de emocionalidad y elocuencia; tan distinta, aparentemente, del Haydn que tocaría después en ese mi primer recital dos años después, pero a la vez claramente perteneciente al mismo temperamento abierto que me di cuenta pronto albergaba un abanico casi infinito de registros emotivos.

    Yo había empezado clases de piano a los 7 años, en 1989, más o menos, y Haydn estaba ahí siempre, desde el principio, como una presencia oracular y protectora. Mi primera sonata, mi primer disco compacto, mis primeras memorias musicales... Después recuerdo estudiar, mucho más tarde, la Sonata en Do Mayor Hob. XVI/50, que también incluyo, aquí: una partitura de una ingeniosa y virtuosa comicidad - aventurera, perspicaz, transgresora - con mi maestro Horacio Gutiérrez, quien conseguía sacar del piano, en esa partitura, recuerdo ahora, unos sonidos ligeros tal brisa en los puentes.

    De la Sonata en Do menor Hob. XVI/20, recuerdo una anécdota preciosa: tocándosela al gran pianista norteamericano Albert Lotto, éste me contó que esta partitura era una de las preferidas de su profesor, el gran pianista polaco Artur Balsam (1906 - 1994), quien no podía dejar de emocionarse y repetir cantando sin parar el intervalo melódico de tercera menor - fa, la bemol - que Haydn escribe en sus primeras notas y que luego Brahms retomara, como claro homenaje al maestro vienés y buscando ese mismo afecto específico de nostalgia y ruego, en algunas de sus canciones a la par que en el tiempo lento de su segundo concierto para piano y orquesta. Cada vez que Balsam llegaba al La bemol, me contaba Lotto, se le llenaban los ojos de lágrimas diciendo: “Oh, Haydn, you understand...

    Y es que Haydn nos entiende. Y nos entiende porque sus partituras son pura mezcla. Pura mixis, como lo somos todos nosotros. Digo pura en tono irónico, ya que no hay nada puro en tal amalgama de “trozos de vida”. En la antigua Grecia se definía como mixis a una de las partes por medio de la cual el compositor aprendía a combinar los sonidos y a distribuir los géneros y los modos. Arístides Quintiliano, de hecho, distinguía tres pasos a la hora de componer: la Lepsis, que se refería a la elección del rango de notas, la Mixis, ya mencionada y por último la Chresis, que se refería a la ornamentación de la melodía.

    En Haydn prima, ante todo y sobre todas las cosas, lo que Bajtín daría en llamar heteroglossia. Es decir, la mezcla y coexistencia de distintas variedades dentro de un único "código lingüístico” - en nuestro caso, de un único “código musical”. La coexistencia y el conflicto entre diferentes tipos de discurso y registro musical, aparentemente incomensurables, cuyos codos se tocan: por ejemplo, lo “rústico” (zafio, vulgar, basto, grosero) y lo “urbano” (agudo, gracioso, ingenioso, ligero); lo “simple” y lo “sofisticado”; lo “sublime” o “elevado” frente a lo “ridícul0”; la “risa” y el “lamento”; lo “lúdico” y lo “serio”; lo “arrebatado” frente a lo “sereno”; lo “claro” frente a lo “oscuro” (chiaroscuro); lo “transgresor” y lo “obediente”; la “norma” y la “excepción”; “el principio” que parece “un final” y viceversa; lo “contínuo” y lo “discontínuo” o interrumpido - al fin y al cabo, Haydn, como Schumann lo sería después, es el gran maestro de la digresión, de la parábasis. Una heteroglossia, por tanto, llena de elisiones, prolongaciones, encabalgamientos, trucos métricos, silencios repentinos, parodias del virtuosismo, elipsis, engaños tonales...

    Esta ingeniosa y audaz yuxtaposición entre discursos diferentes, al final trae siempre consigo una contradicción y un resultante conflicto con los sistemas de creencias imperantes, un ataque a las certezas absolutas. Una especie de apelación a la prudencia ontológica; una transgresión: el humor como disidencia, una disidencia transgresora y catártica a la vez. El humor como libertad, como crítica a la razón. En España, algo sabemos, fraternalmente, de todo esto: desde “El Criticón” de Gracián, el “Teatro Crítico” de Feijoo, hasta nuestra propia tradición “picaresca”.

    Y es que Haydn apela contínuamente en sus partituras al homo ludens que hay en todos nosotros, intentando suscitar siempre una sonrisa cómplice. Él mismo es el gran Magister Ludi, el “trickster” por excelencia. En la mitología y el estudio del folclore y la religión, un trickster (término en inglés que se puede traducir aproximadamente como "embaucador" o "bromista"), a veces llamado pícaro divino, es un personaje en una historia que muestra un gran grado de intelecto y astucia o conocimientos secretos y los utiliza para hacer tretas, engaños o bromas y así desobedecer las reglas y normas y desafiar la conducta convencional.

    Es una figura presente en diversas mitologías, así como en el carnaval eclesiástico de la Europa medieval. Y es que las partituras de Haydn son exuberantemente carnavalescas en este profundo sentido del término.

    De la Sonata en La Bemol Mayor Hob. XVI/46, recuerdo mis clases con Nina Svetlanova, una alumna de Neuhaus y con Golda Tatz, en Nueva York. Canta, Josu! Ambas me pedían. La Sonata en Fa mayor, Hob. XVI/ 23, que tanto me descubrió mi amado Vladimir Horowitz, donde conviven la expresión casi simultánea de lo lúdico y de lo grave, de lo elevado y de lo popular, de lo urbano y de lo rústico, me ha acompañado durante dos décadas. Y la Sonata en Mi Mayor, Hob. XVI/31, con ese final rústico y hilarante, abrió mis recitales en muchas tardes lluviosas.

    El pasado mes de marzo del 2021, en plena tercera ola pandémica y una semana antes del recital en León que dió lugar a Pandemicity -mi último disco- grabé estas seis sonatas de Haydn en el auditorio Ciudad de Granada. Bueno, mejor dicho, utilicé unas reliquias históricas, partituras escritas por Haydn e intenté llevar a cabo una anamórfosis, una transmutación del grafos al fonos....

    Semanas después mi madre y yo ingresamos por COVID en un hospital. Nunca la volví a ver... Quizás ahora esté con Haydn, y nos sonría.






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