... Rumanía ...

     Mi primer encuentro con Rumanía ocurrió a principios de los años 90. Yo era muy joven - tendría unos nueve o diez años - y hallé por casualidad en la vieja biblioteca de casa, mi jardín secreto, lleno de polvorientos libros, un volumen de un autor cuyo nombre me parecía extraño, remoto, casi oracular. Era un libro titulado Lo Sagrado y lo Profano, en una edición azul de 1979 de la editorial española Guadarrama. No sabía si el autor era hombre o mujer, pero empecé a leer, hechizado por cada página. 

    Mircea Eliade había nacido en Bucarest, decía el anverso del libro y ponía nombre a cosas con las que yo había convivido, que yo había experimentado, pero que hasta entonces me parecían innombrables, o al menos, imposibles de nombrar. Bucarest, Rumanía y Eliade, me parecían entonces tan ancestrales y misteriosos como la mismísima constelación de Escorpio, y desde entonces, el país se asentó en mi universo simbólico como emblema de lo lejano y lo místico, de aquello que estaba misteriosamente lejos pero también lo suficientemente cerca para sentirlo parte de uno.

    España en los 90, aunque ya inserta en los intensos procesos de secularización homologables al capitalismo tardío de cualquier estado-nación europeo, todavía conservaba en su tejido cívico restos del neotomismo de la legendaria Escuela de Salamanca del siglo XVI (Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina, Francisco Suárez), una corriente de pensamiento de gran influencia en la historia de la teología, la filosofía, el derecho y la economía española, así como decisiva para entender buena parte de la cultura española posterior. En este sentido, había tanto en España como en Rumanía, restos de herencias religioso-espirituales, teológicas, que eran difíciles de encontrar en otras naciones canónicas de Europa. Rumania y Moldavia, además, eran y son los únicos países de Europa del Este cuya lengua oficial es de origen románico, como el español. Y además, en tiempos de Trajano, incluso, España y Rumanía pertenecían prácticamente al mismo Estado.

    Con aquellas páginas de Eliade empezó mi fuerte sentimiento de pertenencia al ámbito cultural y artístico del que Rumanía era uno de los máximos representantes, aquel que se había formado sobre todo sobre un sustrato romano y dacio combinado con otras influencias de griegos medievales y del Imperio bizantino, y en menor medida de eslavos, turcos otomanos, húngaros y alemanes. La música del imperio bizantino siempre me fascinó desde pequeño. También por su conexión con España (parte de España fue la provincia Bizantina Spania durante la época de Justiniano) y su influencia en en la liturgia musical visigótico- mozárabe española. Escuchaba en el ison bizantino, esa mágica nota pedal (drone en inglés), todos los ricos problemas filosóficos del fililoque hechos música. Y pronto entendí que lo tanto me atraía del arte rumano, en general, es que muchas veces expresaba melancolía o anhelo sin esperanza, anhelo por algo inalcanzable o ausente, pero siempre con un sentimiento de la presencia de la divinidad. O mejor, que expresaba casi siempre un humanismo trágico, una especie de esperanza sin optimismo.

    Rumanía es, al final y al cabo, un mágico punto de encuentro entre tres regiones: Europa Central, Europa del Este y la península balcánica, pero, y esto es lo más importante, sin poder ser incluida totalmente en ninguna de ellas, porque su propia personalidad cultural y histórica desborda cualquiera de estas partes. Las esculturas de Brancusi, la poesía de Stanescu, las obras de Ionescu, Eliade, Blaga, Tzara o Cioran, la música inmortal de Enescu, las iglesias fortificadas de Transilvania, las iglesias pintadas del norte de Moldavia, con sus magníficos frescos exteriores e interiores, las iglesias de madera de Maramureș, ejemplos únicos de combinación del estilo gótico con la construcción tradicional de madera, el monasterio de Horezu, la fortaleza de Sighișoara o las fortalezas dacias de los montes Orăștie, todo constituye un legado cultural, artístico y humano único.

    Este legado, en 2014, y mi íntimo encuentro con él a partir de entonces, salvó mi vida, tanto mi vida artística como las demás. A Rumanía se lo debo todo y es por eso que dedicaré gran parte de mis esfuerzo vitales siempre a difundir la profundidad y riqueza de su historia, artes y cultura.






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