... raíces y auroras - "recital" de piano en el Ateneo de Madrid, 7 de junio del 2025 ...
... RAÍCES y AURORAS ...
Supongo que este recital de rapsodias musicales no es un programa al uso. No pretende deslumbrar por la canonicidad de sus autores ni por su presunta actualidad. Tampoco busca imponer una lectura histórica ni una tesis estética.
Lo que se presenta aquí es otra cosa: un acto de amor a la enseñanza, a la transmisión, al gesto generoso de dar y de recibir. Un agradecimiento al arte de formar, humildemente, no solo pianistas, espero, sino músicos.
He querido esta vez que los alumnos de mi “clase de piano” —y aquellos que lo fueron— estén aquí en el centro del escenario. Pero no como discípulos subordinados a una voz de autoridad, sino como poetas musicales, como poetas del tono, como cartógrafos-pintores de lugares de música. No me interesa, ni ahora ni nunca, cultivar una escuela de estilo, ni tampoco una doctrina. Mi único deseo es que de mis clases brote humildemente el músico generalista: ese que puede improvisar y componer con naturalidad, que solfea y dirige con alegría, que estudia contrapunto y canta melodías populares sin vergüenza, que no separa técnica y pensamiento, ni emoción y construcción.
Este concierto celebra esa polinización cruzada entre saberes y haceres, esa fertilidad del cruce, del tránsito entre planos, esa forma de enseñanza no basada en la repetición, sino en el despertar.
Casi todas las partituras han sido escritas en los últimos diez años —y la mayoría en los últimos tres—, lo cual da al programa una vitalidad de presente latente, de ahora en combustión. Y sin embargo, nada en estas piezas aspira a parecer moderno, vanguardista o rupturista. Porque en mi pequeña manera de ver el arte, la novedad no se mide por el disfraz formal, sino por la urgencia interior con que algo ha sido compuesto. El presente no necesita proclamas: basta con habitarlo.
La dramaturgia de este recital se articula, además, como una constelación de géneros líricos, poemáticos: fantasías, impromptus, nocturnos, preludios, todos ellos géneros tradicionalmente poéticos, íntimos, imaginativos, libres. Son patrones que invitan al pensamiento errante, al secreto cantado, al eco de lo que no siempre se puede decir en la prosa de la vida. Hay un hilo de nocturnidad elegíaca al inicio; luego, un desarrollo quizás más virtuoso, de trayectorias abiertas, pulsátiles. Después del descanso, la poesía narrativa de lo infantil fantástico, los vislumbres andaluces, los preludios fragmentarios, y al final, la reivindicación de una figura esencial en mi vida: Don Salvador Chuliá.
La inclusión de su Fantasía para piano no es un gesto nostálgico, sino un acto de justicia y de memoria, un acto de gratitud hacia su Doctor. Don Salvador fue mi maestro de armonía, contrapunto y fuga durante siete años —desde mis diez hasta los diecisiete. Con él aprendí a hacer las conexiones musicales y a pensar las relaciones como un sistema de gravedad interna, como una arquitectura poética donde cada nota contiene la ley del todo. Pero lo que más me regaló fue una forma de escucha y de canto: una que atraviesa las apariencias y que busca el gesto esencial, la verdad subyacente, el milagro del equilibrio musical. Para mí, Don Salvador es no solo un maestro, sino un modelo de lo que significa formar sin adoctrinar, enseñar sin imponer, revelar sin exhibir.
Este recital es, por tanto, un gesto de gratitud y de esperanza. Gratitud hacia quienes me han enseñado —y no sólo en el aula, sino en la vida—, y esperanza en que aquellos a quienes tengo el privilegio de enseñar sigan imaginando mundos. Aunque a ellos también estoy enteramente agradecido, porque me enseñan tanto o más que yo a ellos. Es también una forma de resistencia: una afirmación de que enseñar es sembrar sin pedir frutos inmediatos, es acompañar sin dirigir, es mirar crecer sin apropiarse.
Este concierto es un pequeñito bosque. Cada obra, un árbol plantado en libertad; cada autor, un caminante que ha abierto su propia senda; y yo, feliz de haber compartido con ellos la sombra y el horizonte.
Y que en ese bosque asomen, como luces ancestrales, los universales de la música —el impulso rítmico, la escala entonada, el subir y el bajar, el anhelo y el reposo, el canto con resonancia, la emoción compartida— tal como viven en la música popular: en el zortziko y la jota, en el flamenco y la albada, en los cantos de trabajo y las nanas, en lo que, desde hace siglos, suena en la piel sonora de España.
Comentarios
Publicar un comentario